Por Joaquín Pincheira

Recientemente, un estudio de Harvard dio analizó la productividad, entendida como esa búsqueda constante por estar ocupado, lo que nos atrapa en un ciclo eterno de horas extra de trabajo, cansancio y desgaste del que es difícil salir, ya que la propia sociedad nos inculca esa necesidad de ser productivo todo el tiempo.

La presión constante para rendir más, en menos tiempo, ha llevado a un aumento alarmante de problemas de salud mental entre los trabajadores, lo que tiene profundas implicaciones para el bienestar individual y el desarrollo socioeconómico del país.

Al respecto, datos recientes del MINSAL sobre las licencias médicas tramitadas en Chile, indican que las enfermedades de carácter mental ocupan el primer lugar en los grupos diagnósticos, representando aproximadamente el 30% del total. Esta cifra es un reflejo preocupante de la situación actual en el ámbito laboral, donde el estrés, la ansiedad y la depresión están en aumento debido a entornos laborales tóxicos y exigentes.

La productividad tóxica se manifiesta en diversas formas, desde la cultura del presentismo, donde los empleados se sienten obligados a permanecer en sus puestos de trabajo más allá de sus capacidades, hasta la falta de apoyo emocional y la ausencia de límites claros entre la vida laboral y personal. Esta situación genera un círculo vicioso en el que la presión por rendir más conduce a una disminución de la productividad real, así como a un deterioro significativo de la salud mental de los trabajadores.

Los desafíos que enfrenta Chile en este sentido son múltiples. En primer lugar, existe una necesidad urgente de promover una cultura organizacional que valore el bienestar emocional de los empleados tanto como su rendimiento laboral. Esto implica fomentar la empatía, la comunicación abierta y la flexibilidad en el lugar de trabajo, así como proporcionar recursos y programas de apoyo para la gestión del estrés y la promoción del autocuidado.

Además, es fundamental abordar las causas subyacentes de la productividad tóxica, que pueden incluir la falta de equilibrio entre la vida laboral y personal, la sobrecarga de trabajo, la inseguridad laboral y la falta de reconocimiento y recompensa por el esfuerzo realizado. Esto requiere un enfoque holístico que involucre a empleadores, empleados, legisladores y la sociedad en su conjunto.

Desde la perspectiva de la inteligencia emocional, es esencial desarrollar habilidades como la autoconciencia, la autorregulación, la empatía y las habilidades sociales para abordar de manera efectiva la productividad tóxica y sus consecuencias. Esto implica no solo reconocer y gestionar nuestras propias emociones y las de los demás, sino también crear entornos que fomenten el bienestar emocional y la resiliencia en el trabajo.

En última instancia, la lucha contra la productividad tóxica no solo es una cuestión de salud pública, sino también un imperativo económico y social. Un país con una fuerza laboral sana y equilibrada es más productivo, innovador y competitivo a largo plazo. Por lo tanto, es responsabilidad de todos los actores involucrados trabajar juntos para crear un entorno laboral que promueva el bienestar emocional y la productividad sostenible para el beneficio de todos los chilenos.

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