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¿Qué tienen que ver los nuggets de pollo con el brote de infecciones de tracto urinario que en 1999 afectó a estudiantes de California? Bastante. Así lo explica Maryn McKenna en su libro Big Chicken: The Incredible Story of How Antibiotics Created Modern Agriculture and Changed the Way the World Eats (2017).

A través de una investigación de varios años, la periodista se dio cuenta de que, mientras la gente culpaba a las farmacéuticas por la resistencia a los antibióticos, los agricultores alimentaban al ganado con alrededor de 63 mil toneladas de antibióticos al año.

En efecto, a pesar de lo que pudiera creerse, un 80% de los antibióticos vendidos en Estados Unidos van a la industria ganadera. Una práctica que comenzó en la década del 40 y que se fue intensificando debido a las supuestas bondades del uso de estas drogas para el crecimiento de los animales.

En su libro, la autora establece lógicas relaciones entre estas medidas y problemas de salud humana, incluyendo la intoxicación alimentaria con riesgo de muerte y la sepsis, que se provoca cuando el cuerpo reacciona abrumadoramente ante infecciones bacterianas.

Ha habido intentos por revertir la situación. “Una y otra vez, en cada década desde 1948, alguien dijo ‘estamos cometiendo un error, esto enfermará a la gente’ y, quienquiera que haya sido esa persona, fue despedida y no se le tomó en cuenta”, relató McKenna a la revista Wired.

Aunque hoy se realizan esfuerzos por reducir el uso en la industria del pollo y la agricultura, los efectos colaterales en humanos están lejos de desaparecer.

Primero porque los genes resistentes pueden mantenerse en el ambiente por un largo periodo en ausencia del antibiótico. Y segundo, porque las industrias del vacuno y cerdo siguen aumentando estas prácticas.

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