Por Patricio Alarcón
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Se estima que hay más de 160 vacunas en desarrollo contra el COVID-19. Diez de ellas ya son probadas en fases clínicas. A diario vemos nuevos antecedentes sobre sus avances, casi como si fuera una “carrera” donde se compite por quién logra primero el objetivo. 

Sin embargo, los análisis científicos apuntan a que las diferentes características de nuestra respuesta inmune según la edad sugieren que debemos apostar por varias vacunas contra el SARS-CoV-2, en lugar de una sola. Así lo plantean al menos las investigadoras María Mercedes Jiménez, Matilde Cañelles y Nuria Campillo en un artículo publicado en The Conversation.

Vamos por parte. Lo primero para entender esta hipótesis es comprender cómo funciona el cuerpo humano ante un patógeno como el nuevo coronavirus.

El paso del tiempo en el sistema inmune

La respuesta inmune ante un virus es progresiva, es decir, va escalando en la medida que no se logra controlar la infección. En una primera instancia, actúa el sistema inmunitario innato, el más básico, donde los macrófagos desarrollan un mismo tipo de respuesta independientemente del cuál sea el agente atípico.

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Si eso no es suficiente, entra en acción el sistema inmunitario adaptativo o adquirido ¿Qué es? Una respuesta más sofisticada y que depende del tipo de bacteria o virus. Aquí, los protagonistas son los linfocitos, capaces de generar anticuerpos y memoria inmunológica. Así, una persona que ha superado una infección queda, en la mayoría de las veces, en su cuerpo con linfocitos de memoria, desarrollando una respuesta inmune específica lista para actuar si es que vuelve a presentarse el mismo patógeno. Pero, estas células van muriendo con la edad y, peor aún, más aceleradamente si hay estrés o enfermedades crónica, lo que también se ha estudiado como la inmunosenescencia.

El sistema inmune innato es más preponderante en niños -porque aún no han desarrollado inmunidad adaptativa- y en ancianos -en los cuales el paso del tiempo hace que esta se vaya “extinguiendo”-. Por lo mismo, las autoras proponen: “Una vacuna desarrollada contra una proteína concreta de un virus debería generar una respuesta inmune más robusta en jóvenes y adultos, mientras que una vacuna contra el virus completo podría ser más efectiva en niños y ancianos”.

Distinto “camino”, mismo objetivo

Las vacunas pueden seguir distintas estrategias. En el caso de las más avanzadas para el SARS-CoV-2, encontramos algunas que buscan introducir en el organismo el virus completo, pero inactivo o atenuado; otras que utilizan parte del material genético del patógeno; aquellas basadas en proteínas o enzimas, y otras en vectores del virus.

Por ejemplo, la respuesta desarrollada por Moderna -que está en su fase II de testeo- se basa en el ARN mensajero que produce la proteína spike (S) del SARS-CoV-2, la responsable de la entrada del patógeno en las células.

La de la Universidad británica de Oxford -actualmente en fase clínica III- utiliza una versión atenuada de un virus no dañino para el humano, modificado genéticamente para producir la proteína S. En el laboratorio Sinovac Biotech, por su parte, usan el SARS-CoV-2 inactivado químicamente.

Fuente: The Conversation.

Con todas estas variantes, la propuesta es que las distintas especificidades permitirán administrar la más adecuada según individuo y situación. Además, los expertos indican que este abanico de opciones entrega más herramientas desde dónde recurrir a las soluciones.

“El propio desarrollo de la enfermedad, compartido por otros SARS, provoca una exagerada potenciación de la respuesta inmune en individuos con un sistema inmunológico desgastado o menos eficiente (prevalencia de respuesta innata). Sin embargo, una vacuna, para que sea eficaz por un tiempo prolongado, debe desarrollar en el organismo una respuesta adaptativa, mayoritariamente la generada en adultos, no ancianos”, dicen las investigadoras en su artículo.

Esta reflexión es valorada por la comunidad científica nacional. “Siempre se ha visualizado esto como una ‘carrera’, y uno tiende a pensar que gana el que llega primero. Creo que no va a ser así por varios factores. Uno de estos factores es que el sistema inmune está modificado, por ejemplo, por la edad. Los otros son factores que tienen que ver con mecanismos genéticos de las distintas etnias, con climas, con situaciones de nutrición, etc”, dijo la directora de la carrera Ingeniería en Biotecnología de la U. Andrés Bello Viña del Mar, Dr. María Isabel Oliver.

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“En ese sentido, el tener estas herramientas o estas vacunas con estrategias distintas va a ser un factor importante para poder llegar a toda la población (…) Va a ser beneficiosos el tener vacunas con distintas estrategias”, agrega la doctora en Ciencias Biológicas.

Es totalmente razonable que en la vacuna contra el COVID-19 necesitemos seguir los patrones que hemos aprendido a través del tiempo. Un ejemplo es la vacuna contra la influenza, donde se conoce que la vacuna convencional sirve para la gran mayoría de la población, incluso para niños de seis meses, pero que en adultos mayores tiene un efecto que no es tan potente. Esto no es por la vacuna, si no por cómo responden los adultos mayores a esta vacuna. Hace mucho tiempo que nace esta idea de que hay que desarrollar vacunas que sean un poco más específicas para los adultos mayores, que tengan algún activamente que ayude a enfatizar la respuesta inmune”, nos complementa el Dr. Rafael Medina, virólogo de la Facultad de Medicina UC.

Para ambos, los resultados de las fases clínicas serán decidores, ya que entregarán los indicios confirmados sobre la eficacia de los distintos prototipos de vacunas en diversos tipos de población. Por eso, refuerzan la idea de cooperación, porque, finalmente, no sirve solo un “ganador”, si no que utilizar toda la información disponible de las vacunas que vayan “cruzando la meta” para optimizar la toma de decisiones. 

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