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En medio de una desoladora escena de devastación, André Garibotti, residente de Río Grande del Sur, Brasil, contempla la ruina de su hogar con resignación. “Voy a volver a limpiar esta casa, a poner las cosas en el mismo sitio“, murmura mientras trata de recuperar lo perdido tras las implacables inundaciones que azotaron la región.

Las palabras de Garibotti resuenan entre más de 2 millones de personas que se han visto afectadas por las catastróficas lluvias que asolan el Estado de Río Grande del Sur. En un dramático relato, Cassiano Baldasso, otro damnificado, confiesa entre lágrimas: “Nunca he llorado en mi vida, nunca, por nada, esta vez lloré. Toda tu vida está ahí, los 50 años que trabajé están ahí, y todo el consuelo que podía darme estaba ahí”. Mientras tanto, Mari Venancio, quien también ha perdido su hogar, lamenta: “No podemos comprar otra casa, estamos envejeciendo. ¿Comprarías otra casa? No, hemos invertido mucho aquí. Teníamos una casa cómoda para nuestra vejez. Todo estaba bien”.

El desastre no es solo humano, sino también ambiental. En apenas dos semanas, las intensas lluvias han dejado más de 500 mil personas desplazadas y 147 fallecidos, según las autoridades.

Datos alarmantes revelan que el mayo de 2024 ha sido el más lluvioso en los últimos 108 años, con un aumento significativo de las precipitaciones en comparación con el año anterior. Expertos señalan que este fenómeno se atribuye a una combinación de factores, incluyendo la influencia de “El Niño” y la humedad del Amazonas, lo que ha generado un bloqueo atmosférico que concentra las tormentas en la región.

La deforestación agrava la situación, con Río Grande del Sur perdiendo el 11% de su cobertura arbórea desde el año 2000, según informes de Global Forest Watch. En este contexto, Marcelo Dutra, académico de la Universidad Federal de Río Grande, advierte que “las ciudades tienen que percibirse y entenderse a sí mismas como un sistema ecológico. Tenemos que ir con la organización de este sistema, no podemos ir contra, tenemos que ajustarnos y adaptarnos a las fuerzas de la naturaleza“.

Mientras tanto, la situación se agrava con una ola de calor en el centro-este de Brasil, que dificulta la salida de la humedad del sur, exacerbando las inundaciones. Más de 447 ciudades y localidades han sido afectadas por este desastre natural, que ha llevado al presidente brasileño, Lula Da Silva, a suspender su visita a Chile, donde se reuniría con el presidente Gabriel Boric.

En medio de esta tragedia, las comunidades afectadas se aferran a la esperanza de reconstruir lo perdido, aunque saben que el ciclo de la destrucción parece implacable.

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