En el planeta se están emitiendo distintos aromas permanentemente. Plantas, hongos, bacterias y todos los animales -incluidos los seres humanos- desprenden compuestos orgánicos volátiles (COVs) para comunicarse con su entorno y manifestar diversas situaciones a las que se ven sometidos.

¿Has sentido el olor a tierra húmeda y pasto mojado después de la lluvia? El nombre oficial de ese popular aroma es petricor: una combinación de aceites que provienen de las plantas durante períodos secos y de bacterias que viven en el suelo. La mezcla de ambas cosas se denomina geosmina y contribuye al olor del petricor.

El olor funciona como un diagnóstico de la salud del ecosistema y es una herramienta que permite medir su estado, vulnerabilidad y los cambios que ha sufrido. Por eso, cuando ocurre una deforestación o una quema, el bosque huele a podrido y azufre. Y, paralelamente, el olor a pino y aceites esenciales se desvanece.

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La científica española del Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales (CREAF), Ana María Yáñez, publicó recientemente un estudio en la revista Global Change Biology que detalla el impacto del cambio climático sobre las fragancias de la naturaleza. Esto, a partir de una revisión basada en 240 artículos ya publicados al respecto. El estudio de Yáñez recoge todos los factores que alteran el olor de la naturaleza y pone en evidencia cómo la actividad humana interfiere en ellos.

La vegetación emite un cóctel de perfumes para atraer a polinizadores y cada compuesto tiene un objetivo particular. Pero ahora, estas relaciones ecológicas ya no funcionan bien: cuando se queman o talan los árboles todo cambia. Con más cantidad de ozono, es decir, con demasiada emisión de volátiles, los compuestos se distribuyen más rápido y no llegan a recorrer la distancia necesaria, rompiendo la cadena.

En el caso de los bosques, cuando están en situación de estrés emiten más compuestos químicos. Los sesquiterpenos -terpenos de 15 carbonos- que protegen del calor se disparan frente a las alzas de temperaturas. Estos elementos tienen una alta capacidad de producir aerosoles; partículas suspendidas en el aire que participan en la formación de las nubes y pueden afectar al clima en ciclos de retroalimentación.

Por su parte, los isoprenos que son importantes a nivel global -para la formación de ozono, metano y determinar cuán limpio está el planeta- disminuyen notablemente cuando hay pérdidas de biomasa. Este compuesto volátil sirve como tecnoprotector para las plantas, ya que hace que las membranas de las células se hagan más resistentes contra el calor y eliminen las especies reactivas de oxígeno (ROS), sustancias tóxicas del metabolismo que indican la pérdida del aire de un ser vivo.

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El empobrecimiento del mundo vegetal por el cambio climático es lo que más preocupa a Aina S. Erice, bióloga y autora de “El libro de las plantas olvidadas”. “Es una simplificación de la increíble diversidad que se ha formado en millones y millones de años en la Tierra”, afirmó al diario El País.

Cuando se eliminan o sustituyen ecosistemas complejos con monocultivos se pierde diversidad, y por lo tanto, ocurre una preocupante disminución aromática. El entorno ya no se adapta a las alteraciones, es frágil y no está preparado para afrontar los cambios que se avecinan. Más allá de la visión ecologista, los compuestos aromáticos volátiles también tienen una utilidad para el ser humano. Algunos tienen un efecto fisiológico y medicinal. Erice aseguró que esta supresión y perturbación de los paisajes implica también una pérdida de posibles compuestos interesantes para nosotros.

¿Soluciones?

Si los compuestos orgánicos volátiles parecen ser necesarios para la salud del planeta, ¿Por qué no los puede fabricar el ser humano? “Sería muy peligroso. Tenemos poco conocimiento y hay compuestos que ni siquiera podemos medir. Un cambio puede alterar muchas cosas”, explicó Ana María Yáñez al diario El País.

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La investigadora es más partidaria de reducir la deforestación y la contaminación porque es una forma de no alterar la naturaleza. “Hay que dejar de hacer, en vez de intentar algo nuevo. Estos compuestos nos dicen que el Amazonas se está destruyendo y eso tiene implicaciones muy grandes a escala mundial y regional”, declaró. La idea que defiende la experta es ver cómo mejora la calidad del aire y seleccionar diferentes tipos de especies que no emitan muchos compuestos químicos para evitar la formación de ozono de más.

Cuanto más natural es el sistema, más reciclaje se genera, más limpio y mejor mantiene su equilibrio a nivel ecológico y climático. Por eso, ni la manipulación calculada y superficial de nutrientes, ni la de compuestos volátiles son una solución a ojos de los expertos.

Olores que gustan en un lugar que sufre

Un buen olor no siempre es sinónimo de un correcto estado del lugar. La bióloga Aina S. Erice aseguró que, históricamente, el ser humano se ha visto atraído por los olores de árboles y plantas que han sufrido estrés o bien los aromas presentes en ambientes desérticos, como el incienso por ejemplo. Las sequías estivales de los entornos mediterráneos destacan por ser momentos en los cuales crecen plantas aromáticas como el tomillo y el romero.

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“Si llevas un ambiente al extremo, son más apreciados los aromas que han sufrido estrés hídrico o una sequía de apuro que aquellas plantas bien regadas”, afirmó Erice. Además, añadió que todos los seres vivos olemos distinto en función de las circunstancias y de las enfermedades que padecemos. ¿Por qué? Los compuestos orgánicos volátiles son mecanismos de defensas polifacéticos. Una planta en entorno de sequía y expuesta a depredadores tiende a armarse mientras que una planta en un jardín sano no tiene ese problema ni tampoco esa necesidad.

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