Por Patricio Alarcón

Costó, pero, por el momento, el final es feliz. La nave espacial OSIRIS-REx de la NASA logró descender con éxito su brazo robótico en la superficie del asteroide Bennu, según los datos preliminares de la agencia espacial. 

Ahora, falta por corroborar si la misión logró recolectar una muestra de la superficie del objeto rocoso, la que se espera regrese a la Tierra en 2023 para un detallado estudio.

La acción fue transmitida en vivo por una animación de la NASA y concitó gran interés en el mundo científico y de los aficionados al espacio. El brazo de la nave hizo su aterrizaje en un lugar denominado Nightingale, ubicado dentro de un cráter del tamaño de una cancha de tenis y rodeado de rocas del porte de un edificio.

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A un evento de recolección de muestras de este tipo se le llama Touch-and-Go, o TAG (para hacer referencia al “tocar e irse”). Según los planes originales de la misión, se deberían haber recogido entre 57 gramos y 2 kilogramos de material, los que ahora deberían comenzar a enfilarse hacia nuestro planeta.

¿Por qué estudiar a Bennu?

Bennu es lo que se conoce como un asteroide “pila de escombro“, es decir, está hecho de muchos pedacitos de escombros rocosos que se unen por la gravedad. Su tamaño es tan alto como el Empire State y se ubica a más de 330 millones de kilómetros de la Tierra.

Imagen: NASA

Conocer la composición de su superficie podría ayudar a los científicos a comprender más sobre cómo se formaron los planetas.

Esto, porque el asteroide es muy, muy antiguo. Se calcula que se formó en los primeros 10 millones de años de la historia de nuestro sistema solar. Por eso, podría estar hecho de material que contenga moléculas que estaban presentes cuando se formó la vida por primera vez.

“Todos los asteroides son escombros de la formación muy temprana de los planetas gigantes. Este material-residuo es básicamente una cápsula del tiempo, en sentido de evolución química“, nos explica Thomas Puzia, astrónomo del Instituto de Astrofísica UC.

Los podemos utilizar como ‘laboratorios’ para averiguar y para analizar esta mezcla y esta evolución temprana“, agrega Puzia en conversación con Futuro 360.

Además, Bennu tiene una órbita que lo acerca a la Tierra. Una de sus aproximaciones futuras podría acercarlo peligrosamente a nosotros en algún momento del próximo siglo, es más, tiene una probabilidad de impactar nuestro planeta de 1 en 2.700.

Así, investigarlo a fondo ayudaría también a comprender más sobre los asteroides que podrían arriesgar nuestra seguridad en el futuro.

Por todas estas razones, en 2016 se lanzó la misión OSIRIS-REx, la que, por sus características, es de una elevada complejidad (otras sondas lo han hecho, pero ésta es la primera de la NASA). Una prueba de las dificultades del objetivo es que la nave -del porte de una camioneta grande- llevaba orbitando Bennu por casi dos años, para asegurar su éxito.

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Puzia dice que uno de los grandes retos en este tipo de trabajos es descender hasta la superficie sin chocar con ninguna de las numerosas rocas en el camino. Por eso, el astrónomo destaca el trabajo de la NASA de recopilar previamente “un montón de imágenes, modelaciones de perspectivas y entendimiento de la composición de la superficie”.

Para Teresa Paneque, astrónoma de la U. Chile e investigadora CATA, otro gran reto fue la distancia entre el evento y los comandos de la misión en la Tierra. “Esto quiere decir que el tiempo en comunicarse hacia la nave tarda al rededor de 18 minutos”, nos dice, lo que hace imposible una reacción inmediata ante cualquier eventualidad.

Un largo camino a “casa”

Superado, por ahora, el hito del descenso, se espera que para el 30 de octubre el equipo de la misión confirme si la nave recolectó las cantidades suficientes de muestras. O si, por el contrario, deberán hacer otro intento de recolección en enero, en otro lugar llamado Osprey.

Si todo marcha bien, la nave espacial y su preciada muestra comenzarán el largo viaje de regreso a la Tierra el próximo año y llegarán a “casa” en 2023.

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