El pasado sábado 5 de abril, los relojes en todas las regiones de Chile, a excepción de Magallanes y la Antártica, retrocedieron una hora cuando marcaron las 12 de la madrugada, dando inicio al horario de invierno.

Este cambio anual, objeto de debate recurrente, no solo modifica las rutinas cotidianas de la población, sino que también afecta los ritmos circadianos, el reloj biológico interno que regula los cambios físicos, mentales y conductuales del cuerpo en un ciclo de 24 horas.

Según el neurólogo de la Clínica Quilín y la Universidad de Chile, Pablo Salinas, esta adaptación puede desencadenar síntomas como cansancio, irritabilidad, dolor de cabeza y dificultad para la concentración. No obstante, el horario de invierno proporciona más tiempo para realizar actividades diurnas y, teóricamente, más horas de sueño.

Evelyn Benavides, neuróloga de la Clínica Las Condes, y Francisco Ceric del Instituto de Biología Experimental de la Universidad del Desarrollo (IBEM UDD), coinciden en la importancia de mantener un solo horario, aunque esto no evita las controversias. Recomiendan evitar realizar ejercicio físico intenso y consumir alimentos que puedan alterar el sueño durante este período de adaptación.

El director del Instituto Milenio de Biología Integrativa (IBio), Luis Larrondo, junto con Benavides y Alejandro De Marinis de la Clínica UANDES, subrayan la necesidad de reconsiderar la implementación de estos cambios estacionales, señalando que el debate sobre el horario de verano e invierno parece no tener fin.

El próximo 7 de septiembre, con el retorno al horario de verano, se reanudará esta discusión, mientras los chilenos se ajustan una vez más a los cambios de horario que impactan tanto en su salud como en sus rutinas diarias.

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