Para una sola célula, el cuerpo humano es un colosal laberinto de tejidos, químicos y capilares, repleto de cientos de miles de millones de otras células, todos pegados como si fuera la estación de tren más concurrida del mundo.

Pero, sin embargo, en medio de toda esta parafernalia, la mayoría de las células logra llegar a sus destinos.

¿Cómo lo hacen? Muchas células cuentan con un as bajo su manga conocido como quimiotaxis; esencialmente, la habilidad para navegar sintiendo la presencia o ausencia de atrayentes químicos en el ambiente.

Los espermatozoides ocupan la quimiotaxis para encontrar a los óvulos, los glóbulos blancos la usan para llegar a los sitios infecciosos y las células cancerígenas la usan para metastatizar a través tejidos vulnerables.

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Pero, ¿puede una ameba usar la quimiotaxis para vencer al laberinto más infame del mundo? Bueno, eso es lo que precisamente ocurrió en un nuevo estudio publicado en la revista Science

Para probar el poder de una forma específica de quimiotaxis utilizada por las células que más viajan, los investigadores crearon versiones miniatura del laberinto del Palacio de la Corte de Hampton, además de docenas de otros puzles microscópicos de variadas complejidades. 

Impresionantemente, cuando las amebas fueron liberadas en dichos laberintos, aceleraron hacia las salidas con una precisión increíble, usando la quimiotaxis para efectivamente “ver por alrededor de los rincones” y evadir los callejones sin salida antes de que los alcanzaran, según afirmó el autor del estudio, Robert Insall.

Las células no esperan a que alguien les diga qué hacer“, aseguró Insall a Live Science, quien es un profesor de biología celular computacional de la Universidad de Glasgow en Escocia.

“Analizando los químicos al frente de ellos, saben qué rama del laberinto es un callejón sin salida y cuales conducen a la salida. Es absolutamente increíble”, agregó Insall. 

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En su nuevo estudio, los investigadores se enfocaron en una forma específica de navegación llamada quimiotaxis “auto-generada”. 

Esta depende de una sóla filosofía: las células se quieren mover de áreas con bajas concentraciones de atrayentes (en este caso, una solución acídica llamada adenosina monofosfato) a zonas con una gran cantidad químicos. 

“Es como dice el viejo dicho ‘el pasto siempre es más verde al otro lado de la cerca’. Por ejemplo, cuando las vacas se comen todo el pasto del sector en donde se encuentran, buscan a sus alrededor para encontrar áreas donde la maleza esté creciendo”, agregó Insall. 

El experto aseguró que a las bacterias les tomó 2 horas resolver los laberintos más complicados y grandes, mientras que los más pequeños les tomaron solo 30 minutos. 

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