Por Patricio Alarcón
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De una supernova. Allí partió todo para el astrónomo Francisco Förster, quién detectó varios objetos en movimiento que seguían diferentes trayectorias.

Así, se prendieron las primeras alarmas, sobre la posibilidad de encontrar nuevos ejemplos de estos cuerpos celestes rocosos, que suelen habitar entre Marte y Júpiter.

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La información fue tomada por José Peña, estudiante del Doctorado en ciencias mención astronomía de la Universidad de Chile, y César Fuentes, académico del Departamento de Astronomía de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la misma casa de estudios.

Comencé a unir las detecciones para dar con estos asteroides de una manera super amateur. Con el tiempo, fui aprendiendo otras técnicas y empezamos a analizar más profesionalmente”, cuenta Peña.

Para cumplir con el objetivo, tuvieron un aliado clave: la inteligencia artificial.

La dificultad es separar la ‘paja del trigo’ para visualizar los datos de una manera que te permita sacar conclusiones. Gracias a un algoritmo creado por científicos y matemáticos, se entrenó un clasificador para despejar las señales que correspondían a los asteroides. Era imposible que un humano hiciera esa labor por la cantidad de datos que implicaba”, explica Fuentes.

Otra particularidad de la investigación es que miró a una zona desconocida. Y es que, al utilizar datos que en un comienzo tenían otro objetivo, se apuntó a donde los estudios de asteroides no suelen llegar, pudiendo observar fuera del plano de la eclíptica (es decir, más allá del camino que toma en el cielo el sol, la luna y los planetas).

Ahí, se encontraron más de 5 mil asteroides, de los cuales 4 mil 500, correspondían a cuerpos nuevo con dimensiones entre los uno y diez kilómetros.

Una forma de analizar los procesos evolutivos de los asteroides es ver su distribución y abundancia en tamaños. Eso nos da pistas de la evolución del Sistema Solar. En general, no se tienen en cuenta las zonas ‘periféricas’, ya que siempre se observa donde son más abundantes. Es un tema del que sí va a haber que ocuparse en el futuro, con un mapeo del cielo más general”, dice José Peña.

En esa línea, Fuentes, quien además es investigador del Centro de Excelencia en Astrofísica y Tecnologías Afines (CATA) y PhD en Astrofísica de Harvard, agrega que el descubrimiento “tiene que ver con las propiedades de la población. Al ser pequeños, están casi en el punto en el cual los podemos conectar con los objetos cercanos a la Tierra, que, a su vez, tienen relación con los que terminan cayendo al planeta como meteoritos”.

Millones de datos para mirar el Universo

Los científicos coinciden en que utilizar al máximos los datos obtenidos por los grandes instrumentos astronómicos para avanzar en múltiples propósitos es el futuro de la exploración del cielo, algo de lo que este estudio es un precursor.

Un ejemplo de este funcionamiento es el Gran Telescopio para Rastreos Sinópticos (LSST, por sus siglas en inglés), que se construye en el Cerro Pachón de la región de Coquimbo. Esta herramienta producirá la imagen más profunda y amplia del universo, con 500 petabytes de imágenes que estarán a disposición de la comunidad científica.

Se espera que la estación esté en plena operación en 2023, trabajando con un sentido amplio que pueda favorecer a diversas ramas de la astronomía.

“Yo creo que el mayor aprendizaje de nuestro estudio es que aún hay mucho por hacer y perfeccionar. Hay mucho de donde sacar información. Quedan millones de problemas por resolver todavía, algunos aún ni los pensamos y van a ir apareciendo cuando hagamos el ejercicio de escarbar en los datos”, reflexiona Peña.

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