Nuevas investigaciones publicadas en la revista Neurology han arrojado luz sobre una preocupante tendencia. Todo, porque el número de muertes y discapacidades asociadas con accidentes cerebrovasculares vinculados a temperaturas extremas ha ido en aumento desde 1990.

Según los hallazgos, más de medio millón de muertes por accidente cerebrovascular el año pasado estuvieron relacionadas con temperaturas “no óptimas”, es decir, fuera del rango asociado con las tasas de mortalidad más bajas. Aunque los hombres parecen ser ligeramente más afectados que las mujeres, todas las edades son susceptibles a esta tendencia preocupante.

El frío extremo, conocido como “asesino frío” en este contexto, ha sido identificado como un factor significativo. Contrariamente a la intuición, la mayoría de los accidentes cerebrovasculares en esta mitad de millón de casos se atribuyeron a temperaturas más bajas. Explicado por los investigadores, el frío puede provocar la contracción de los vasos sanguíneos, aumentando así la presión arterial, un factor de riesgo significativo para los accidentes cerebrovasculares.

Según reportó Futurism, el fenómeno del frío extremo está siendo exacerbado por la perturbación de los patrones del vórtice polar, una región de baja presión y aire frío cerca de los polos de la Tierra. A medida que las temperaturas globales continúan aumentando, esta tendencia solo empeorará. De hecho, el año pasado fue el más caluroso registrado, con marzo, marcando el décimo mes consecutivo de altas temperaturas récord.

Curiosamente, una cantidad desproporcionada de estas muertes por accidente cerebrovascular se concentraron en África. Sin embargo, la región con la tasa de mortalidad más alta relacionada con temperaturas extremas fue Asia central, con 18 muertes por cada 100,000 habitantes.

Aunque estos hallazgos son alarmantes, los investigadores advierten que el análisis tiene sus limitaciones. Atribuir todos los aumentos únicamente al cambio climático sería simplista. Factores como el envejecimiento también pueden desempeñar un papel crucial. Además, debido a limitaciones en los datos disponibles, factores de riesgo clásicos para los accidentes cerebrovasculares, como la presión arterial alta y los niveles de colesterol, no se pudieron tener en cuenta completamente.

Queda claro que hay una necesidad urgente de más investigación y acción para abordar esta creciente amenaza para la salud pública. Con temperaturas extremas volviéndose más comunes, nuestros cuerpos están cada vez más expuestos al riesgo, y es fundamental tomar medidas proactivas para mitigar este impacto devastador en la salud cerebrovascular global.

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