Por Marisol Latorre
Crédito: Agencia Uno.

Cada 22 de Abril celebramos el día de la Tierra, la que normalmente olvidamos como la condición de posibilidad de nuestra existencia, desarrollo y disfrute. Olvidamos la Tierra ya hace bastante tiempo, con la asimilación de la noción de naturaleza con la de “recursos naturales”.

Pese a su innegable relevancia hoy parece que todo importara más que la Tierra.  En ese marco, la urgencia por un proyecto de educación ambiental integral y contextualizada permanece intacto.

Toda educación, es educación ambiental, dijo un autor hace años. Sin embrago, la escuela ha sido un espacio en el que también se ha reproducido la tendencia a olvidar la Tierra. Como institución orientada a la producción de trabajadores y trabajadoras para el progreso, las escuelas se parecen aún hoy en estructura -espacios, tiempos y cuerpos fragmentados- más a una fábrica que a un espacio de producción de futuros.

Paralelamente durante estos siglos de “progreso”, en las escuelas se ha hecho espacio a lo humano, y a pesar de los muros que la separan de la sociedad, la escuela es para muchas y muchos un espacio de formación, cuidado y transformación. Las escuelas pueden ser y muchas veces son, lugares en los que se practica la educación, entendida como la búsqueda de mantener encendido el deseo de vivir en el mundo en responsabilidad con otros (Biesta, 2010).

Para que la escuela sea capaz de romper su estructura y las barreras que la separan del mundo -espacio, tiempo, cuerpo y conocimientos integrados en la experiencia cotidiana- es necesario llevarla de vuelta al mundo. Porque la experimentación, la observación y la pasión se desarrollan en el encuentro con el mundo, naturalmente, fuera del aula.

Inundar la escuela de los problemas de la Tierra hasta que diariamente los problemas del mundo sean los problemas de la escuela. Hasta que el aprender a producir alimento, el aprender a convivir con otros diferentes, y en ello, a ser ciudadanos activos para la transición ecológica, sea un esfuerzo diario; en el huerto, en la calle, en la ciudad.

Caminar hacia una educación orientada a los desafíos que hoy tenemos, y a los que sin duda vendrán solo se pude alcanzar cuando la escuela deja entrar el mundo, la Tierra, a su dominio. No se trata de esfuerzos aislados, sino de la comprensión de que el mundo en su extensión está justo detrás de esa muralla, y de que es relevante y pertinente una discusión para tomarnos en serio las responsabilidades y posibilidades que tiene la escuela para formar ciudadanos.

Por supuesto, la seriedad de un proyecto de formación de ciudadanía ecológica no debe depender de los recursos que cada escuela tiene, sino que debe descansar en políticas públicas sólidas, que vayan apuntando desde diferentes dimensiones a la construcción de una escuela-mundo que nos permita abordar la crisis socio-ecológica, de paso ayudarnos a pensar: ¿cuáles son hoy las tareas de la educación?

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