Por Matías Asún
Agencia Uno.

Este sábado 11 de noviembre celebramos, por primera vez en Chile, el Día de las Áreas Protegidas, fecha que se instauró oficialmente hace algunos meses y que busca poner en valor el patrimonio natural del país.

El establecimiento de este día, junto a la aprobación en septiembre pasado de la ley SBAP, que crea la institucionalidad -el Servicio de Biodiversidad y Áreas Protegidas- para proteger estos territorios, representan un avance importante en los esfuerzos por preservar la biodiversidad en nuestro país.

La creación de este servicio, que dependerá del Ministerio de Medio Ambiente, reunirá competencias que hasta ahora estaban dispersas entre cinco ministerios y permitirá esclarecer vacíos legales que limitaban la verdadera protección de estos espacios que el Estado debe salvaguardar.

Es por ello que la creación de este marco legal es tan relevante. Sin embargo, aún queda un largo camino por recorrer para que esta institucionalidad pueda cumplir su función y contribuir en la protección efectiva de los ecosistemas del país. Su tramitación estuvo marcada por los intentos de debilitar este servicio, los que en algunos casos fueron efectivos, logrando, por ejemplo, que concesiones productivas no sean incompatibles con las áreas protegidas.

Pese a que la Ley SBAP -que, dicho sea de paso, estuvo 13 años en trámite en el Congreso- no se aprobó bajo las condiciones que le permiten ser una institucionalidad del todo robusta, poco se demoró el sector salmonero en salir a alegar por estándares mínimos que esta incorporó, luego que el Ministerio de Medio Ambiente oficiara a diversas reparticiones públicas para suspender provisoriamente el otorgamiento de concesiones en áreas protegidas, a proyectos que no contasen con un plan de manejo vigente.

Por cierto, aún estamos muy lejos de entregar protección real, ya que esta semana vimos cómo el destruir un parque nacional de manera intencional, a juicio del Tribunal Ambiental, no es suficiente para frenar a la empresa Nova Austral que ha defraudado al fisco, ocultado información, además de generar daño ambiental en nuestro patrimonio ambiental. La institucionalidad ambiental, no está dando el ancho para cumplir su mandato y esa es la urgencia que hoy debemos mirar de frente en el primer Día Nacional de Áreas Protegidas.

Pese a los obstáculos y el lobby desplegado por la industria, los ciudadanos la tienen mucho más clara y van, incluso, más lejos en la protección de los ecosistemas. De hecho, más de 110 mil personas ya han firmado la petición No Más Salmoneras, coordinada por Greenpeace, con el objetivo de frenar la expansión de la mencionada industria en el país, tanto en áreas protegidas como en ecosistemas clave para el salvaguardo de la biodiversidad y las comunidades costeras.

La salmonicultura es una de las industrias que más ha puesto en peligro la biodiversidad de los territorios que explota: devasta fondos marinos, contamina las aguas con fármacos, pesticidas y los mismos nutrientes que inyectan a las piscinas, provocando desastres ambientales de extrema gravedad y, lo que es incluso más grave, muchas veces ocultándolos.

La historia nos ha demostrado que cada vez que se crea un polígono de protección, surge en paralelo otro de sacrificio. Considerando el estado de la crisis climática no nos podemos dar ese lujo… no podemos ponerle la lápida a miles de otros territorios y sus comunidades. Ha llegado el momento de frenar de una buena vez la expansión salmonera en nuestro país.

Antecedentes existen en la materia. Sin ir más lejos, luego que en 2017 se produjera una masiva fuga de salmones, poniendo en riesgo claro a la fauna nativa (como tantas veces ha pasado en nuestro país), el estado de Washington, en Estados Unidos, decidió poner fin a la cría de salmones en jaulas en aguas estatales, con plazo a 2025.

Es evidente que el desarrollo del país es importante y es clave lograr modelos de negocios que permitan que más personas puedan acceder a trabajos de calidad, a la vez que el país y su economía prosperan, pero las industrias no pueden seguir sacando provecho a costa de la biodiversidad y, en definitiva, del planeta.

Es un riesgo que, sencillamente, ya no podemos tomar.

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