Por Alejandro Sepúlveda Jara
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Nunca, desde que el ser humano habita la Tierra, la atmósfera de nuestro planeta había estado tan saturada de Dióxido de Carbono (CO2); el más perdurable gas de efecto invernadero. El recién pasado 3 de abril de 2021 se anotó una nueva, triste y agobiante marca, ya que el observatorio de Mauna Loa en Hawái (Estados Unidos), centro de referencia mundial en este ámbito, registró el récord diario de 421,21 partes por millón (ppm). Jamás el ser humano había inhalado tanto dióxido de carbono como ahora, un hecho inédito en al menos tres millones de años.

Ni siquiera las consecuencias de la pandemia de la COVID-19 han desviado en algo la curva acelerada y ascendente de emisiones de gases de efecto invernadero, en este caso, de CO2, cuya sobre abundancia es producto de la quema de combustibles fósiles (petróleo, carbón y gas), la deforestación y el deterioro de la vida marina.

Esta es la primera vez que la estación de Mauna Loa supera 420 ppm. Este registro del 3 de abril de 2021, pese a ser insólito, de seguro quedará obsoleto pronto considerando el alza sostenida de las emisiones.

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Desde el surgimiento del ser humano moderno, hace unos 270 mil años, hasta el comienzo de la era industrial en el siglo XVIII se estima los niveles de CO2 se mantuvieron en torno a 228 partes por millón. Las primeras mediciones efectuadas en el observatorio de Mauna Loa en el año 1958 daban cuenta de niveles cercanos a 315 ppm. En 2013 se alcanzaron 400 partes por millón. En 2017, 410 y, ahora en 2021, se superaron 420 ppm.

Mauna Loa, ideal

Hawái es un archipiélago, perteneciente a Estados Unidos, que se encuentra casi en el medio del océano Pacífico. “El aire no perturbado, la ubicación remota, y la mínima influencia de la vegetación y la actividad humana son ideales para monitorear los componentes de la atmósfera”, reseña la Agencia Oceanográfica y Atmosférica (NOAA), uno de los organismos que cuenta con observatorios en la isla más grande del conjunto.

En 1958, el científico Charles Keeling (1928-2005) comenzó a registrar los índices de CO2 en la atmósfera en la exbase militar de Mauna Loa a más de 3 mil metros de altitud. El fallecido investigador señaló alguna vez respecto a la ubicación del observatorio que está “lejos de fuentes contaminantes de CO2 que podrían interferir con las mediciones. Este lugar es la mejor opción para representar a todo el planeta”.

Estos datos recopilados por el químico permitieron elaborar la Curva de Keeling, la cual muestra a diario las concentraciones de dióxido de carbono. Aunque esta es la estación más antigua y representativa, la NOAA analiza muestras del aire que respiramos en cerca de un centenar de observatorios en todo el mundo.

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Gases de efecto invernadero

El calentamiento global es consecuencia del incremento desmedido de la emisión de gases efecto invernadero (GEI) generados por la actividad humana.

La radiación del sol calienta la superficie de la Tierra. Una vez que eso pasa, la energía restante se devuelve hacia la atmósfera. Ahí actúan los gases de efecto invernadero que retienen parte de esa energía y no la dejan escapar, lo cual permite que suba la temperatura. Sin la intervención humana estos gases son liberados por las erupciones volcánicas, la descomposición de la materia orgánica, los procesos respiratorios de los animales, de los océanos, en fin, y permiten la vida tal como la conocemos.

Ahora, la industrialización y el extractivismo han aumentado de manera artificial y desmedida la presencia de los GEI que han pasado de ser los que permiten la vida en la Tierra a los que la amenazan, aunque no por su responsabilidad.

El gas de efecto invernadero más abundante es el vapor de agua. Suena lógico, a mayor temperatura es más la evaporación. También contamos entre los GEI al ozono troposférico, los cclorofluorocarbonos, el óxido nitroso y, los principales, el metano y el dióxido de carbono.

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El metano se origina por la fermentación de bacterias anaerobias, por ejemplo, en el sistema digestivo del ganado, la descomposición de materia en pantanos, basurales. Pero ahora surgió un nuevo inconveniente, otro más producto del calentamiento global, y es que el derretimiento acelerado del permafrost (suelo congelado) está liberando cantidades nunca vistas de metano, el GEI más potente.

Mientras, los índices de CO2 continúan también al alza. La particularidad del dióxido de carbono es que se puede mantener en la atmósfera por más de 100 años. Es decir, si en este minuto la actividad humana se detuviese por completo, así como por arte de magia, la temperatura sobre la Tierra seguiría aumentando, por lo menos, un siglo más.

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