La mayoría de los desechos plásticos se entierran en vertederos, se incineran o reciclan, pero hasta un 18% termina en el medio ambiente, ya que no se descomponen fácilmente.

Inclusive, el agua, el sol, el viento y los microorganismos van degradando el plástico vertido al océano hasta convertirlo en diminutas partículas de menos de 0,5 centímetros de largo conocidas como microplásticos.

Un nuevo estudio, publicado en la revista Royal Society Open Science, reveló que el zooplancton del océano Austral -como el krill y las salpas-, presente en la dieta de ballenas, pingüinos y focas, también acumula estas pequeñas piezas de plástico que contaminan el medio ambiente.

Si bien se ha observado que el krill antártico (Euphausia superba) ingiere microplásticos en entornos de laboratorio, los hallazgos del equipo proporcionan evidencia importante de que estos animales, así como otros zooplancton, ingieren plástico en su entorno natural.

Por lo tanto, si estos organismos incorporan elementos contaminantes sintéticos podrían suministrarlo, al mismo tiempo, a la cadena trófica de estos animales marinos.

Los científicos del British Antarctic Survey (BAS), la Universidad de Exeter y el Laboratorio Marino de Plymouth observaron el impacto de los nanoplásticos, la forma más pequeña de contaminación plástica, invisible a simple vista y al menos 2000 veces más pequeña que un grano de arena, bajo condiciones actuales y futuras condiciones de acidificación de los océanos.

De esta forma, los resultados muestran en ensayos en laboratorio cómo se produce esta ingesta.

“Nuestros resultados proporcionan la primera evidencia de que los factores estresantes antropogénicos combinados (como la acidificación del océano y la contaminación por nanoplásticos) pueden obstruir el desarrollo del krill antártico en la etapa embrionaria más temprana y sensible de la vida. Ahora necesitamos entender si estos hallazgos reflejan la población de kril en general”, señaló en un comunicado Emily Rowlands, autora principal y ecologista ambiental marina de BAS.

La investigación indica que una reducción en el número de juveniles de krill podría tener graves consecuencias para la red alimentaria antártica y la gestión de las pesquerías de krill.

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