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Vincenzo Viviani fue el último discípulo de Galileo Galilei -físico y astrónomo italiano que, junto con el alemán Johannes Kepler comenzó la revolución científica– y lo cuidó hasta el final de su vida.

Viviani se dedicó a conservar y defender su obra. Entre ellas, estaba “un manuscrito de Galileo que consta de varios pequeños cuadernillos titulado en la portada De Motu Antiquiora, que es reconocible como uno de sus primeros estudios juveniles”, señala BBC Mundo.

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Cuando Viviani murió en 1703, el destino de los “pequeños cuadernillos” fue desconocido. Muchos paquetes de los escritos fueron trasladados o vendidos a los comerciantes para envolver alimentos u objetos, sostiene el medio de comunicación.

En la primavera de 1793, el intelectual Giovan Battista Clemente Nelli, fue a cenar con amigos y llevó una mortadela a petición del anfitrión de la tertulia, el médico Giovanni Targioni Tozzetti.

Sin embargo al llegar, Nelli se percató que el papel que envolvía a la cecina era una carta de Galileo. No le dijo nada a nadie y apenas pudo, “corrió a la tienda” y le compró todos los escritos al vendedor y le hizo prometer que le avisaría si llegaban más.

Resulta que los comerciantes eran parientes de Viviani y habían heredado la casa de su tío abuelo. Ese mismo año, Nelli publicó Vida y comercio literario de Galileo, indicando falsamente que había sido en Lausana “por miedo a la censura eclesiástica”.

La obra reconstruye los hechos biográficos del gran científico florentino desde su juventud a través del análisis de las cartas.

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Tras su muerte, Giambatista Venturi continuó con la recopilación de su obra y el tesoro que Nelli halló por comprar mortadela, terminó en los Archivos florentinos.

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