Cuando se trata de explorar nuestro sistema solar, los astrónomos tienen un secreto embarazoso. A pesar de 400 años de mirar a las estrellas, sólo han descubierto dos grandes objetos que antes eran desconocidos para nuestros antepasados: Urano en 1781 y Neptuno en 1846.

Esto no se debe a una falta de esfuerzo. La posibilidad de que exista un planeta desconocido más allá de nuestro campo de observación ha atraído astrónomos como la luz atrae a las polillas.

Algunos han sido exitosos. Muchos investigadores del espacio descubrieron a Neptuno en conjunto, después de notar que otros planetas estaban siendo alterados gravitacionalmente por una masa desconocida.

Neptuno no resolvió totalmente estas discrepancias, y la caza continuó en el siglo 20, culminando con el descubrimiento de Plutón en 1930.

Pero resultó que este último hallazgo era tan pequeño que no podía ser el responsable de las alteraciones. De hecho, después fue degradado a “planeta enano”

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Sin embargo, la búsqueda de un supuesto “Planeta X” continuó hasta que los iracundos astrónomos se dieron que cuenta que las irregularidades en las órbitas de Urano y Neptuno se debían a errores de observación.

La búsqueda se tuvo que abandonar cuando Einstein demostró que las idiosincrasias orbitales de Mercurio eran causadas por el sol y la forma en que su enorme masa distorsiona el espacio-tiempo.

Sin desviarse de su propósito, los astrónomos retomaron su búsqueda. Esta vez en la caza de un cuerpo distante al que denominaron “Planeta 9”.

Y hoy, Konstantin Batygin del Instituto de Tecnología de Pasadena, California, junto a unos cuantos colegas, desplegaron la evidencia recolectada en las últimas dos décadas.

Tienen argumentos persuasivos para exigir que se lleve a cabo una búsqueda. Y declaran, para el MIT Technology Review, “Es probable que si el Planeta 9 existe, será descubierto durante el plazo de la siguiente década“.

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La evidencia

Pero, ¿qué es esta evidencia? Durante los últimos 20 años, los astrónomos han descubierto numerosos cuerpos pequeños orbitando Neptuno, muchos de ellos con rutas altamente elípticas que los hacen llegar a los lugares más lejanos del sistema solar, cientos de miles de veces más lejos que la distancia que existe entre el sol y la tierra.

Estos objetos trans-neptunianos -a los cuales Plutón pertenece- se establecen en una región conocida como el cinturón de Kuiper. Sin embargo, esto no significa que sean un montón uniforme de rocas y hielo. Al contrario, estos cuerpos se clasifican de diferentes formas dependiendo de sus patrones orbitales.

Dicha materia es tan pequeña que puede ser fácilmente atraída por los campos gravitacionales de sus primos más grandes, particularme, el de Neptuno. De hecho,los astrónomos los tratan como si fueran puntiagudos y por ende, capaces de trazar e identificar las dinámicas de movimiento.

Lo cual conduce a una importante revelación. Cualquiera sean sus órbitas, las trayectorias que trazan deben ser el resultado de fuerzas expulsadas por planetas más grandes.

El efecto de Neptuno es fácil de observar porque está continuamente alterando y acumulando objetos más pequeños. De hecho muchos objetos trans-neptunianos orbitan en resonancia con el gigante azul.

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Pero una clase mucho más pequeña, clasificada como “población desprendida”, tiene propiedades orbitales completamente diferentes. Algunas tienen trayectorias retrógradas, algunas proyectan trazos excéntricos, o algunos incluso dibujan ciclos que están totalmente inclinados con respecto al horizonte que establece el sol.

Neptuno no puede ser el responsable de este tipo de comportamiento. Así que la hipótesis que Batygin está explorando es que otro objeto masivo, denominado temporalmente como Planeta 9, debe ser el responsable.

Es más, estos objetos desprendidos parecen formar montones por si mismo. Su órbitas elípticas, por ejemplo, están tan alineadas tangéntemente, creando un efecto “rebaño”. Lo cual es muy consistente con la presencia de un noveno planeta.

¿Qué está causando esto?

Batygin y compañía firman que la evidencia conduce a una descripción sorprendentemente detallada de lo que el Planeta 9 debe ser y lo que no debe ser.

Una posibilidad es que estos nudos gravitacionales vengan de una estrella enana compañera del sol, la cual orbitaria a miles de kilómetros de distancia más que la tierra lo hace del astro principal del sistema solar.

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Sin embargo, esto ha sido descartado por búsquedas especializadas que esperaban dar con algún tipo de radiación. Este noveno planeta debe ser más pequeño que Saturno, ya que lo más probable es que ya hubiéramos descubierto un cuerpo de esas dimensiones.

Cuando todas las variantes son tomadas en cuenta, Batygin entrega una descripción increíblemente precisa del tipo de planeta que están buscando y donde deberían encontrarlo.

El Planeta 9, afirman, debe tener una masa 5 a 10 veces más grande que la tierra. Debe orbitar el sol a una distancia 400 a 800 veces más lejana que nuestro planeta. Y su trayecto debe tener una inclinación del plano que traza el sistema solar de entre 15 y 25 grados.

Entregando todo ese nivel de detalle, debe ser fácil imaginar que Batygin y su equipo puedan apuntar a un área del cielo y decir, “ahí está”. Pero no es un trabajo fácil, encontrarlo requiere una búsqueda dedicada usando los telescopios más grandes del mundo.

Es probable que este noveno planeta tenga una magnitud de entre 19 y 24. “Un objeto de este tipo está listo para ser observado con la generación actual de telescopios“, declaró Batygin.

“Tales como el ‘Dark Energy Camera’ en el telescopio Blanco 4m en Chile y la Camera Hyper-Suprime en el telescopio Subaru en Hawaii. Por lo tanto, si el Planeta Nueve existe, tal y como lo planteamos, es probable que se descubra dentro de una década“, concluyó.

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